viernes, 30 de septiembre de 2011

GGD o los mellizos Diever. Por Charlotte Sometimes



Con Gerard, un amante ocasional con quien nos buscamos de tanto en tanto pero siempre a por mas cada vez, habíamos incursionado en alguna que otra doctrina mas harcode, y arnes de por medio, fui ama. No solo potenciábamos su lado femenino y mi masculinidad quedaba a flor de piel: el éxtasis se traducía en la expresión de sus ojos y una de mis fantasías mas rabiosas se hacia realidad. Nunca le di el crédito suficiente, no por desmerecerlo, en absoluto, pero fue el primero de una cadena de chongo sodomizados y ese puesto se lo ganó realmente. 
En el piso vivía Gabrielle, su melliza, con quien me había cruzado alguna que otra vez en el contexto de mis encuentros furtivos con su hermano y no habíamos pasado de un saludo cordial de rigor. Pálida como él, el pelo revuelto y oscuro, una delicada delgadez. 
Hasta que en una ocasión entró, así sin mas, y nos encontró en pleno juego. La miré y esa pija enorme que me estaba comiendo no fue suficiente, pero de todos modos se la chupe como nunca sin dejar de ver como ella se desnudaba. Perfecta en sus bragas blanca se acercó. Acariciaba mi espalda, creí volverme loca. Él quedo jadeando pero como dueña de la situación aunque rendida ante ella, lo deje sentado en una sillón a que se limitara a mirar.
No me permitió actuar por voluntad propia, no me dejo hacer cosa alguna. Me besó el cuello, me lo mordió. Yo la olía. Me lamía el hombro. Nos abrazamos un poco, muy suaves pero plenamente mojadas. Podía sentir sus finos huesos contra los míos. Nos besamos, ardimos. Apretada muy fuerte mis brazos para impedir que me moviera; estaba desesperada, quería tocarla. 
Ger tenía la mirada enajenada, perdidísimo: mucho whisky barato y merca. Después le pegada que no recordaba cosa, ese tipo de patología. Y ella tan de pasti, de ojera hermosa, byronesca.
Orgasmos, esos en los que te reís. Y a pesar que en esos tiempos venía de enroscarme como loca con Jean, el que me mira fijo y me culea: ese poder; y que también supo arrancarme finales apoteósicos. Pero Gabrielle fue esa noche, única. 
Agotadísima, tras niveles de calentamientos, horas, muchas horas después me fui. 
Cuando cerré la puerta, se besaban.             

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