miércoles, 8 de junio de 2011

Dos de dos


Eligió a Polina no solo por ser la que mas le atraía. Polina tenía algo más allá de su belleza eslava, difícil de describir, que la hacia más atractiva. Y seguro que la hubiese elegido entre muchas más. Los martes a las 11 de la mañana era el día de visita fijo de la semana según sus horarios laborales. Y, si entre seis días restantes le urgía la necesidad de verla, sabía que los jueves a las 5 de la tarde también la podía encontrar. Como todos los martes, el mismo ritual: cinco minutos antes de entrar a verla, carajillo de ron en el café de la esquina.
Tras cruzar la puerta del compartimiento hexagonal, justo unos segundos antes de las 11, Enric depositó dos monedas de dos y el telón de vidrio descendió. En apenas segundos salió a escena Polina. Cada día la encontraba más hermosa. Las uñas de sus pies esculpidas en nácar, igual que las de sus manos y el mismo tono nácar de su piel. Su cabello dorado y liso que caía por la mitad de su cuello. Sus ojos azul profundo. Aunque, según el criterio de Enric, ese conjunto de PVC negro que estrenaba, más los zapatos de tacón acharolados con plataforma transparente, no le favorecían: era como si quisiera mostrarse más agresiva, más dominante, pero solo lograban darle una sutil ordinariez que su bello cuerpo no merecía.
La cama redonda giraba y Polina se desnudaba lentamente. Jugaba picara con su consolador entre las piernas... Polina sabía actuar. Sabía qué hacer para que aquel que la mirara se sintiera protagonista de su vodevil erótico. 
Hasta hoy, desde que la había elegido luego de ver  actuar a todo el staff de la cartelera, le había alcanzado con dos monedas para disfrutarla, pero hoy... hoy era un día especial. Duplicó el tiempo con sendas monedas más ante la necesidad de no separarse de ella y, para festejar y hacer aun más perfecta esa relación, tomó una decisión que lo hizo salir urgido unos segundos antes de agotarse el tiempo.
El jueves a las cinco de la tarde estaba en su cabina a la espera de Polina. Al verla salir se emocionó. El conjunto de encaje blanco que le había comprado y dejado en la recepción, junto a una tarjeta con un mensaje escueto que decía: “De tu admirador secreto, que desea verte así” lucia en su cuerpo. Con un cargamento de monedas de dos en su bolsillo vio como Polina hacia el amor con él tras el cristal.
Pero, como si un rayo devastador cayera en medio de un ensueño, como si de una broma macabra se tratase, Enric, reconoció, como un cristal descendía justo enfrente de su compartimiento, y como, con total nitidez, el busto de un hombre se instalaba lascivo con la mirada fija en el escenario. Se sintió defraudado, invadido. Una ráfaga de odio se antepuso a los encantos de Polina. No porque otra persona disfrutara de ella, sino porque ella, Polina, su relación secreta, lo estuvo observando todo este tiempo. La decepción galopaba en su pecho como un toro furioso. Él no quería llamar su atención. Solo quería disfrutar de ella en esa situación. Enric huyo de la sala como solo se huye tras descubrir una traición de amor.

 
Polina termino su actuación como cuando se bebe un trago amargo y obligado. No podía entender por qué él había huido justo ahora, justo cuando un primer contacto más directo nacía entre ellos. ¡Pero si ella le estaba demostrando que recibía su regalo con todo cariño y agradecimiento! ¿Por qué se fue? ¿Y por qué esa expresión de desilusión que destrozó su hermosa mirada?
Todo artista actúa para un publico y, dentro de ese publico, los hay preferidos. Pero ese extraño de mirada dulce, cargada de pasión, que la visitaba más o menos hacía dos meses y del que se sentía atraída, era mucho más que un preferido. Necesitaba saber que él la miraba, la deseaba. Incluso fueron varias las oportunidades que, en medio de su premeditada excitación teatral, un rapto de realismo la había hecho llegar a un orgasmo sincero y sin guión, provocada por esa mirada que la devoraba. Enfrascada en ese intercambio de miradas y monedas que caían pesadas, a cambio de un gesto sexual de ella, la visita de éste extraño era un aire fresco que cruzaba por medio de deseos contaminados de represión.         
Con la excusa de un mal cuerpo, ese día Polina decidió abandonar sus actuaciones. Desconcertada, apuro su paso hasta su casa como una adolescente despechada.
   

Hacia dos años, después de una separación traumática con su última mujer, Enric decidió no volver a tener pareja. Los primeros meses de soledad obligada, sus contactos sexuales se habían limitado a furtivos encuentros con prostitutas. Pero con el discurrir del tiempo, ni siquiera podía tener contacto físico con mujer alguna. Una fugaz fragancia femenina, el roce de una piel, o simplemente el olor de un determinado maquillaje que le recordara a su ex mujer, retraía su cuerpo a la desazón. Pensó que con el tiempo esa sensación cicatrizaría, hasta que una prostituta, mientras se desvestía en la habitación de una pensión y él la reclamaba en la cama, hizo un comentario, junto a un gesto de su boca, que parecía arrancado literal del cuerpo de su ex mujer. Ya no, ni siquiera con prostitutas. Así comenzaron los viajes a esa relación a la distancia, simétrica y encapsulada, sin roces, sin planteos y, sobre todo, con la libertad de poder huir si algo amenazaba su tranquilidad. Lo que menos imagina Enric, además de haberse creído siempre ajeno a la mirada de Polina y así, totalmente ignorante a sus pequeños actos de seducción, era que ella sentía por él lo que se siente cuando alguien ahueca el corazón, algo que casi siempre termina siendo amor.


Una mañana de lunes, su día libre, Polina decidió resolver unos trámites personales. Entre los transeúntes que iban y venían ensimismados por sus obligaciones, reconoció a su ex admirador. Aunque habían pasado varios meses de aquella huida que había terminado con la principal motivación “artística” de ella,  no tuvo ninguna duda que era él. Lo siguió. Lo primero que pensó, ante el impulso de encararlo y preguntarle porque había huido, fue, que quizás, mejor era investigar un poco quien era él. Si tenía novia, mujer, hijos... Aunque lo que más le interesaba a Polina era saber por qué había huido y por qué había roto esa relación que parecía alegrar a ambos, o al menos que daba esa pequeña tregua de felicidad. Vio como su admirador ingresaba a una sucursal de banco. Desde fuera pudo reconocer enseguida que trabaja allí. Vio como invitaba a su despacho de director, con corrección laboral, a un señor. Tras el cierre de la puerta, también vio su nombre grabado de una placa de acrílico que colgaba de la puerta: Enric Millas.
  

Lo que parecía un regalo por su envoltorio estridente, y junto a este su nombre manuscrito, resaltaba por entre los papeles sueltos del escritorio de Enric. Lo abrió. Una corbata de seda azul, un sobre pequeñito, dos monedas de dos como único mensaje.


Martes, 11 de la mañana. Las mismas dos monedas. El cristal descendió. Polina lo miraba con una sonrisa, y en su cuerpo como no, el conjunto de encaje blanco que le había regalo Enric. Polina le hizo un gesto que imitaba el gesto de ajustarse la corbata, la corbata azul de seda que ella le había comparado y que Enric lucía. Colocó su brazo en alto y se dejó llevar por el escenario que giraba. En esa vuelta completa con su brazo en alto del artista que saluda, le enseñaba a Enric que todas las otras cabinas estaban con sus cristales descendidos, pero sin nadie adentro. Aunque Polina había interpretado erróneamente la desazón de Enric, Enric sentía en ello toda una declaración de amor.
  

Andrés Casabona

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